RENATA

“¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…!”

Me llamo Renata, soy polaca y tenía 33 años cuando percibí fuertemente la invitación a hacer una experiencia de vida en la comunidad contemplativa de hermanas Clarisas de Santa Ana. ¡Y yo entré en esta locura de Dios! Sí, porque me parecía locura empezar una vida donde todo es nuevo para mí: idioma, costumbres y dejar toda la vida ya vivida. Pero me encantan los retos, especialmente de Dios, y yo acogí este reto porque tenía experiencia que cuando Dios me invitaba a hacer algo difícil, estaba siempre conmigo y me mostraba su amor. Así Dios me saco del mundo para mostrarme el verdadero valor de la vida y de mí misma. Yo siempre fui una mujer muy independiente, ayudaba a todos y descuidaba mi propia vida; aunque estaba en una comunidad neocatecumenal y participaba en la vida de la Iglesia, me faltaba la esencia, mi interior estaba seco y cada año más frustrada, insatisfecha, me faltaban fuerzas, porque vivía mucho de mí voluntarismo, esa era una vida infecunda. La verdad es que durante muchos años estaba discerniendo mi vocación y cuando llegue aquí para empezar finalmente mi vida en la comunidad, ya tenía 37 años.
Lo que yo vivo aquí, es una constante invitación a entrar en mi realidad. Cada nuevo día, Dios me permite verme en verdad: en su amor, cada vez más profundamente y esto me hace vivir más intensamente, porque no vivo de ilusiones, engaños, que aunque son bonitos por un momento producen frustración y verdadero sufrimiento. Esto es como un nuevo nacimiento acompañado con la Palabra, la liturgia, la oración, la gracia de los sacramentos, mis hermanas e incontables circunstancias de la vida, que me ponen en mi verdad de hija de Dios, mujer y cristiana, para acoger su amor y vivir siempre desde el.
Todo esto lo percibo como una amorosa y apasionada lucha de parte de Dios por mí, por mi libertad y vida, con mis resistencias y rebeldías pero con su incansable ternura y cercanía. Vivir en comunidad va sanando poco a poco mis independencias y me permite ver la vida con otros ojos, me abre a las relaciones. En mí siempre había mucho voluntarismo, pero la vida aquí me muestra claramente que yo no soy fuente de amor ni vida para otros, solo desde Dios, desde su amor encarnado en Jesucristo muerto, crucificado y resucitado, puedo acogerme a mí misma y a otros. Lo que dice San Pablo me ayuda a entender el sentido de esta lucha: “¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios”. Mi anterior estilo de vida era muy activo antes, ahora recibe otro sentido la actividad desde dentro con su esencia que es Amor. El hecho de que Dios dio su propia vida por mí, me invita a darle la mía, la verdadera, no desde deseos o imaginaciones sino desde mi realidad, entregando mi todo, mis luces y sombras, dudas y alegrías, sufrimientos, pecados, inseguridades, pero también todas las facultades y capacidades que él puso en mi para su gloria y bien de otros, siguiendo a Jesús que se hizo camino, verdad y vida .Y esta relación en El, con el Padre y el Espíritu Santo, hace que cada acontecimiento, hasta el más ordinario, se llene de sentido y realismo. ¡Estoy muy agradecida por la gracia de la llamada: cada día descubro más riquezas escondidas en mi vida oculta en Dios!