ROCIO

“Siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef 6,18)

Es para mí una gran alegría tener la oportunidad de dar testimonio de la Misericordia de Dios en mi vida y vocación: mi nombre es Rocío de Jesús, colombiana, novicia del Real Monasterio de Santa Ana, de las Hermanas Pobres de la Orden de Santa Clara en Badajoz.
A grandes rasgos quisiera contar un poco cómo ha sido el proceso de mi vocación. Todo empezó en un encuentro nacional de jóvenes del Camino Neocatecumenal en Bogotá, el 30 de junio de 2008. Durante 5 años tuve un semi- proceso vocacional con los responsables itinerantes de Colombia, y el 29 de junio de 2013 hicieron un sorteo para las chicas que estábamos dispuestas a ir a los monasterios de Vida Contemplativa, especialmente en España, y así es como llegue aquí. Los primeros meses fueron un poco duros, cambiar de estilo de vida, de espacio, de horario, sobre todo lo que más me costaba era estar lejos de mi familia, pero ahora me doy cuenta que el Señor permitió esto para ayudarme a crecer, madurar (un poco), organizar mis afectos, pues la verdad es que tenía a mi familia en el lugar que le corresponde a Dios, pero a pesar de mis rebeldías el Señor siguió abriéndome el oído, llamándome, seduciéndome, hasta que me venció con su Amor por medio de la Palabra, los Sacramentos, la liturgia, la oración y la fraternidad en donde he encontrado hermanas que son un testimonio fuerte de fe, pues me han acogido con un afecto sincero, desinteresado, transparente, me aceptan y soportan; ¡Gracias hermanas! Como la primitiva comunidad cristiana buscamos tener un solo corazón y una sola alma.
El Señor ha estado grande conmigo. Lo he sentido tan cercano durante los 9 meses de aspirantado (tiempo de adaptación) y el año de postulantado (tiempo de preparación al noviciado) en ellos me ha enseñado a conocerme a mí misma pues antes con tantas ocupaciones tenía poco tiempo para reflexionar quien era la verdadera yo, como dice el libro de Job: “antes lo conocía de oídas pero ahora lo han visto mis ojos”. Me ha concedido conocerlo como Padre, Creador, Esposo, hermano, amigo, guía, Luz, Verdad, Redentor, dador de Vida; me ha dejado extasiada ante la inmensidad de su misterio de amor hacia la criatura. ¿Cómo el Señor puede abajarse para amar y unirse a una pequeña criatura indigna?, la respuesta que simplemente puedo dar es NUESTRO DIOS ES UN DIOS BUENO, ES ETERNA SU MISERICORDIA, ¿cómo agradecer el poder descubrir y experimentar esto? Entregando mi vida como ofrenda de Alabanza.
Le doy gracias por concederme hacer parte de la iglesia orante, de hecho algo sorprendente que paso en el vuelo de Bogotá hasta Madrid, fue la palabra que en oración pedí al Señor, la cual desde ese momento me confirmaba a qué había sido convocada: “Siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef 6,18). En ella se me hace presente la misión a la que desde ahora especialmente estoy más comprometida, pues en el rito de la toma de hábito pedí a la fraternidad me enseñaran a permanecer de continuo en la presencia del Señor pidiendo por las necesidades de toda la iglesia y de todos los hombres. Fue un momento precioso, pues era “oficial” el convertirme en su prometida, saber que he sido creada para Él, que mi corazón de mujer solo encontrará su descanso y será colmado por Él; las lecturas del rito y de la Eucaristía me invitaban a saltar de gozo, de alegría, de júbilo al ser escogida para ser suya, y por fin el momento que con tantas ansias esperaba, la “vestición”. En paralelismo a lo que hizo nuestra Madre Santa Clara, despojándose de las pompas del mundo para tener como única riqueza a nuestro Señor Jesucristo, hice lo mismo despojándome de un vestido rojo de fiesta muy bonito y de las joyas que llevaba, para revestirme de la Cruz, del Habito, que tiene esa forma, deseando que como exteriormente me he revestido, interiormente pueda por su gracia, despojarme de mi misma y revestirme de Cristo y por último el cambio de nombre. Ha sido muy importante pues como el pueblo de Israel al que le fue revelado el Nombre de Yahvé, “Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en piedad”, sobre mí junto con este Nombre se me ha revelado el Nombre de Jesús, al que solo quiero pertenecer. Me siento tan feliz, agradezco a Dios por la vida de todas las personas que compartieron conmigo ese día desde la distancia y desde la cercanía, pues fueron testigos del verdadero amor, no del mío, sino del Señor que es el Amor. Gracias a todos: ¡El Señor los bendiga y les de su paz!