En la Iglesia, Esposa, Madre y Maestra, la liturgia nos educa el corazón, ensanchándolo poco a poco para que le sea posible acoger el don de Dios, Su misma Vida: ¡Jesucristo! Por eso, en la pedagogía del año litúrgico, se nos concede aprender cómo vivir, sufrir, gozar, y sobre todo, hay una actitud fundamental que atraviesa la Escritura y se plasma en la vida de los creyentes, de aquellos que se fiaron del Señor: la espera confiada en la Palabra que les había sido dirigida y prometida. Por medio de la vida de los testigos, deducimos entonces que “la vida consiste en creer, esperar y amar  en obediencia a la voluntad de Dios Padre”. Vivir es esperar y esperar confiadamente, es amar.

Desde este triple modo de relacionarnos y vivir somos invitad@s a hacer experiencia siempre, pero el tiempo de Adviento nos lo recuerda especialmente, ya que el corazón tiende a embotarse con los problemas de la vida o la misma volubilidad de la condición humana nos dificulta vivir esperando, incluso, si no vigilamos, ante las pequeñas cosas de cada día, llegamos fácilmente a impacientarnos, como muy bien expresa J. Debruynne:

“Dios, has elegido hacerte esperar todo el tiempo que dura un Adviento. A mí no me gusta esperar.  No me gusta esperar en la fila.  No me gusta esperar mi turno. No me gusta esperar el tren.  No me gusta esperar para juzgar.    No me gusta esperar el momento oportuno.  No me gusta esperar porque no tengo y vivo solo en el instante. Por otra parte, bien lo sabes, todo está dispuesto para que no tenga que esperar: los abonos a los medios de transporte y los autoservicios, las ventas a crédito y los distribuidores automáticos, las fotografías de revelado automático, los fax y los terminales de ordenador, la televisión y los informativos radiofónicos… No necesito esperar las noticias: ellas se me adelantan.                                                                                                                                                     Pero tú Dios, has elegido hacerte esperar  todo el tiempo que dura el Adviento. Porque has hecho de la espera el espacio de la conversión, el cara a cara con lo que está oculto.  En la espera ya te das y para ti, Dios, esperar se conjuga con amar”.             

Recemos unos por otros para que en este tiempo de Adviento, nos ejercitemos en la espera gozosa y confiada del Señor, actitud vital que nos acompañará el resto del año y de la vida!