José nos enseña que la vida no consiste en controlar, en acertar, sino en confiar. Para confiar necesitamos ser humildes ante lo que no se puede explicar, ante lo que nos desborda, ante lo que pensábamos que estaba en nuestras manos y creíamos resuelto pero en un momento se nos escapa, ante lo que nos hace sufrir y fracasar. No controlamos en realidad casi nada, y lo mejor está a veces escondido detrás de nuestros aparentes fracasos.

Sí, para dar descanso al alma necesitamos confiar. Confiar a fondo perdido en el don de la vida, en que todo de alguna manera tendrá sentido, en que lo mejor del ser humano aparezca, confiar en el otro, confiar en nuestra misión, y a pesar de todo, confiar ante el sufrimiento y la muerte. A María y a José se les aparece un ángel con un mensaje y una misión de parte de Dios, ambos son llamados a la obediencia de fe, al abandono amoroso, a la confianza radical en Él. Así, nos enseñan que confiar en Dios es apostar por Él, decidirse por Él a pesar de los miedos y dudas que puedan surgir porque se sabe que se está en buenas manos, en las mejores en que se pueda descansar.